¿Qué es la deliberación?
Por Santiago Gallichio y Julio Montero
La era moderna implicó una serie de cambios muy profundos a todos los niveles. Surgieron nuevos actores políticos y sociales, hubo innovaciones importantes en el ámbito de la producción y el mundo occidental aumentó como nunca sus intercambios con otras culturas. Estos cambios tuvieron un impacto decisivo sobre las ideas y las representaciones del mundo. Los grandes relatos metafísicos y religiosos que hasta ese momento explicaban lo real perdieron credibilidad y dejaron de ser unánimes, no solo por los avances de la ciencia sino también por efecto del dinamismo social y el contacto con otras perspectivas.
En la medida en que el poder político ya no podía justificarse por referencia a una narrativa divina o trascendente, la democracia se instaló como la única forma de gobierno aceptable. Si la legitimidad no manaba de la voluntad de dios ni del orden natural, solo podía surgir de la voluntad común de los gobernados. En una democracia, somos los propios ciudadanos los que hacemos las leyes, y la obediencia a las leyes que nos damos a nosotros mismos es auto-gobierno. Esta es la profunda revolución de las ideas políticas que Jean Jacques Rousseau tematizó como nadie en su Contrato social de 1762.
Como todos los ideales abstractos, la democracia puede desarrollarse de muchas maneras y adquirir muchas formas. Para algunos autores, se reduce a una serie de mecanismos electorales que permiten remover pacíficamente a gobiernos que ya no representan adecuadamente los intereses de las mayorías. En este modelo, auto-gobernarse es como ir de compras: los ciudadanos saben lo que quieren antes de entrar al supermercado y eligen el producto político que mejor satisface esas preferencias previas. El diálogo, el intercambio de argumentos y el aprendizaje colectivo no juegan ningún papel importante en esta interpretación de la democracia.
Pero este no es el único modelo posible. Recuperando el espíritu de las democracias antiguas que inspiró a filósofos como Rousseau, muchos otros autores defienden una visión deliberativa que aspira a la construcción conjunta de un bien común mediante interacciones comunicativas en la esfera pública. Ese proceso de acuerdo político entre ciudadanos en el que nos ofrecemos razones para el uso del poder político, es lo que denominamos “deliberación”.
Las características fundamentales que un proceso deliberativo debe cumplir para legitimar las decisiones que surgen de él ya fueron delineadas por el propio Rousseau y son básicamente siete:
- Universalidad: no se exige unanimidad en el acuerdo, pero sí que TODOS sean tomados en cuenta.
- Objeto: se delibera solo sobre intereses y asuntos de interés público, no acerca de concepciones de la buena vida, que son del fuero íntimo: este último no es objeto de la política.
- Disposición a la renuncia: para lograr el interés común, que se contrapone al interés de cada uno, cada uno debe estar dispuesto a ceder algo en pos de lo común.
- Proceso sustractivo: la voluntad general es un “mínimo común interés” al que se llega por SUSTRACCIÓN de las diferencias, no por una agregación que construya un nuevo interés general que sea superior al de los propios individuos. Esto exige que el contenido de lo que se acuerde debe haber estado previamente presente en las propuestas ofrecidas en la deliberación por los individuos; no puede ser añadido externamente al proceso por alguna “autoridad” de algún tipo.
- Involucramiento personal: este proceso exige la participación a título personal, no una participación mediada por representantes o corporaciones que agregan intereses grupales de manera parcial, profundizando las diferencias con los demás grupos de la sociedad y dificultando así la deliberación general.
- Libre: sujeto (Legislador obligante) y objeto (Ciudadano obligado) son una misma persona vista desde dos ángulos diferentes y, por eso, no hay violación de sus libertades. El alcance de quien manda y de quien obedece debe ser idéntico: todos mandan sobre todos. Nadie “no manda” y nadie “no obedece”.
- Puntos de vista: como no se discute el alcance de quien manda y quién obedece, lo único que se discute son los puntos de vista acerca de lo tratado. Cuando se toma una decisión política legítima, se da “una relación entre un objeto entero sobre un punto de vista con el objeto entero sobre otro punto de vista, sin ninguna división en absoluto”.
Esta concepción deliberativa de la democracia, centrada en el juicio del proceso y la participación igual, se contrapone a las teorías que buscan la legitimidad en el origen de la autoridad o la satisfacción de intereses privados.
Cuando la comparamos con otros mecanismos para la toma de decisiones colectivas, la deliberación presenta grandes ventajas. Como han mostrado varios estudios empíricos, la circulación de información permite corregir errores de razonamiento y neutralizar sesgos cognitivos vinculados al lugar que ocupamos en el mapa social. Y, a la vez, el ejercicio de justificar las propias posiciones mediante razones que los otros puedan aceptar, genera una tendencia hacia la imparcialidad y aumenta la motivación para obedecer las leyes aun si quedamos del lado de la minoría.
Este ideal deliberativo de diálogo, apertura y horizontalidad es el enfoque que reivindicamos desde la Fundación Cambio Democrático. Para nosotros, los procesos de mediación en la sociedad civil no se agotan en una negociación entre intereses contrapuestos en donde algunos ganan y otros pierden, sino que son instancias para el aprendizaje recíproco. Nuestro objetivo es que todas las partes se comprometan a alcanzar una solución justa, guiadas por el bien común y el interés general.
Por Santiago Gallichio y Julio Montero
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